jueves, 28 de noviembre de 2019

El Cristianismo y los pobres

A lo largo de toda la historia bíblica, Dios se va revelando como Alguien que está siempre a favor de los que sufren, los maltratados, los pobres. El libro de Judit lo resume bien: «Tú eres el Dios de los humildes, el defensor de los pequeños, apoyo de los débiles, refugio de los desvalidos, salvador de los desesperados» (Jdt 9, 12). Por eso, cuando Jesús anuncia la llegada de un Dios que quiere reinar entre los hombres, se dirige a los pobres como los primeros que han de escuchar este anuncio como una buena noticia: «El Espíritu del Señor está sobre mí y me ha ungido para que dé una Buena Noticia a los pobres» (Lc 4, 18). Según Jesús, el Reino de Dios es bueno para los pobres, para hombres y mujeres que viven en necesidad. Se trata, según toda la tradición bíblica, de los indigentes, los indefensos, las víctimas de los poderosos, personas incapaces de defender sus derechos frente a los abusos de los fuertes, gentes a las que nadie hace justicia, para las que no hay sitio en la sociedad ni en el corazón de las personas. Pero, ¿por qué el Reino de Dios es Buena Noticia para los pobres y no para los ricos? ¿Es que Dios no es neutral? ¿Son, acaso, los pobres mejores que los demás para merecer el Reino de Dios antes que nadie y para tener un trato especial de parte de Jesús? El carácter privilegiado de los pobres no se debe a sus méritos, ni siquiera a su mayor capacidad para acoger el mensaje de Jesús. La pobreza, por sí misma, no le hace mejor a nadie. La única razón es sencillamente que son pobres y están abandonados, y Dios, Padre de todos, no puede reinar en la humanidad sino haciendo justicia precisamente a estos hombres y mujeres a los que nadie hace (Sal 72, 12-14; Sal 146, 7- 10). Los pobres son hombres y mujeres necesitados de amor y de justicia. Por eso, es bueno para ellos que se imponga en la sociedad el Reino de Dios y su justicia. Si de verdad reina Dios entre los hombres, en esa misma medida, ya los poderosos no reinarán sobre los débiles, los ricos no explotarán a los pobres, los varones no abusarán de las mujeres, el Primer Mundo no oprimirá a los pueblos pobres de la Tierra. Por otra parte, si reina de verdad Dios y reina su amor y su justicia, ya no reinarán el dinero, el lucro, el propio bienestar, como «señores absolutos». Ya lo dijo Jesús: «No se puede servir al mismo tiempo a Dios y al Dinero » (Lc 16, 13). Allí donde se esté trabajando en la línea del Reino de Dios y su justicia, allí habrá siempre buenas noticias para los pobres, aquello será bueno para los pobres. Y, viceversa, allí donde los pobres no noten nada bueno, donde no perciban ninguna buena noticia para ellos, allí sigue ausente el Reino de Dios. Si nuestra vida está al servicio del Reino de Dios, esa vida será algo bueno para los pobres. Pero si nuestra vida no es percibida como algo bueno por los necesitados, los abandonados, los que sufren soledad y marginación, nos tendremos que preguntar al servicio de qué Dios estamos trabajando.El Evangelio cambia radicalmente nuestra manera de mirar a los pobres y, por tanto, nuestra manera de entender la sociedad actual. Los pobres, el sector excluido de la sociedad, ellos son precisamente “la memoria viviente de Jesús”. “La Iglesia descubre en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y doliente” (Lumen Gentium, n. S). Esta manera de mirar al pobre viene exigida por el mismo Jesús que se identifica para siempre con los pequeños, los que tienen hambre, los que están desnudos, los enfermos, los encarcelados. «En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis » (Mt 25, 40). Pablo VI llega a decir que son “sacramento de Cristo, no ciertamente idéntico a la realidad eucarística, pero sí en perfecta correspondencia con ella”. Esto significa que no hemos de buscar a Cristo sólo en los sacramentos o en las páginas del Evangelio. Los pobres son un “lugar cristológico”. A Cristo se le encuentra hoy en el sector excluido. Cristo nos habla hoy desde esa situación de pobreza y sufrimiento; desde ellos. Cristo nos interpela, nos invita al amor comprometido. Desde esos pobres, nos llama a la conversión, desenmascara nuestro cristianismo, cuestiona nuestra manera de vivir la fe y el culto, rompe nuestros esquemas y nuestra tranquilidad y nos urge al servicio y al compromiso. Difícilmente nacerá en nosotros un auténtico compromiso si no es escuchando esta llamada de Cristo desde los mismos pobres. Las preguntas que hemos de hacemos son graves: si no estoy en comunión con los pobres los indefensos, los abandonados de esta sociedad, ¿por qué caminos comulgo con Cristo? Si no miro con amor a los pobres, si no los defiendo, si no estoy cerca de ellos, ¿a qué Jesucristo miro con amor, a qué Jesucristo defiendo, a qué Jesucristo sigo? Si, de alguna forma, n vida no es compromiso a favor de los pobre ¿cómo entiendo y vivo mi compromiso cristiano?

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