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El Cristianismo con los pobres
A lo largo de toda la historia bíblica, Dios se va revelando como Alguien que
está siempre a favor de los que sufren, los maltratados, los pobres. El libro de
Judit lo resume bien: «Tú eres el Dios de los humildes, el defensor de los
pequeños, apoyo de los débiles, refugio de los desvalidos, salvador de los
desesperados» (Jdt 9, 12).
Por eso, cuando Jesús anuncia la llegada de un Dios que quiere reinar entre
los hombres, se dirige a los pobres como los primeros que han de escuchar este
anuncio como una buena noticia: «El Espíritu del Señor está sobre mí y me ha
ungido para que dé una Buena Noticia a los pobres» (Lc 4, 18). Según Jesús, el
Reino de Dios es bueno para los pobres, para hombres y mujeres que viven en
necesidad. Se trata, según toda la tradición bíblica, de los indigentes, los
indefensos, las víctimas de los poderosos, personas incapaces de defender sus
derechos frente a los abusos de los fuertes, gentes a las que nadie hace justicia,
para las que no hay sitio en la sociedad ni en el corazón de las personas.
Pero, ¿por qué el Reino de Dios es Buena Noticia para los pobres y no para
los ricos? ¿Es que Dios no es neutral? ¿Son, acaso, los pobres mejores que los
demás para merecer el Reino de Dios antes que nadie y para tener un trato
especial de parte de Jesús? El carácter privilegiado de los pobres no se debe a
sus méritos, ni siquiera a su mayor capacidad para acoger el mensaje de Jesús.
La pobreza, por sí misma, no le hace mejor a nadie. La única razón es
sencillamente que son pobres y están abandonados, y Dios, Padre de todos, no
puede reinar en la humanidad sino haciendo justicia precisamente a estos
hombres y mujeres a los que nadie hace (Sal 72, 12-14; Sal 146, 7- 10).
Los pobres son hombres y mujeres necesitados de amor y de justicia. Por
eso, es bueno para ellos que se imponga en la sociedad el Reino de Dios y su
justicia. Si de verdad reina Dios entre los hombres, en esa misma medida, ya los
poderosos no reinarán sobre los débiles, los ricos no explotarán a los pobres, los
varones no abusarán de las mujeres, el Primer Mundo no oprimirá a los pueblos
pobres de la Tierra. Por otra parte, si reina de verdad Dios y reina su amor y su
justicia, ya no reinarán el dinero, el lucro, el propio bienestar, como «señores
absolutos». Ya lo dijo Jesús: «No se puede servir al mismo tiempo a Dios y al
Dinero » (Lc 16, 13).
Allí donde se esté trabajando en la línea del Reino de Dios y su justicia, allí
habrá siempre buenas noticias para los pobres, aquello será bueno para los
pobres. Y, viceversa, allí donde los pobres no noten nada bueno, donde no
perciban ninguna buena noticia para ellos, allí sigue ausente el Reino de Dios.
Si nuestra vida está al servicio del Reino de Dios, esa vida será algo bueno
para los pobres. Pero si nuestra vida no es percibida como algo bueno por los
necesitados, los abandonados, los que sufren soledad y marginación, nos
tendremos que preguntar al servicio de qué Dios estamos trabajando.El Evangelio cambia radicalmente nuestra manera de mirar a los pobres y, por
tanto, nuestra manera de entender la sociedad actual. Los pobres, el sector
excluido de la sociedad, ellos son precisamente “la memoria viviente de Jesús”.
“La Iglesia descubre en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador
pobre y doliente” (Lumen Gentium, n. S).
Esta manera de mirar al pobre viene exigida por el mismo Jesús que se
identifica para siempre con los pequeños, los que tienen hambre, los que están
desnudos, los enfermos, los encarcelados. «En verdad os digo que cuanto
hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis » (Mt
25, 40). Pablo VI llega a decir que son “sacramento de Cristo, no ciertamente
idéntico a la realidad eucarística, pero sí en perfecta correspondencia con ella”.
Esto significa que no hemos de buscar a Cristo sólo en los sacramentos o en
las páginas del Evangelio. Los pobres son un “lugar cristológico”. A Cristo se le
encuentra hoy en el sector excluido. Cristo nos habla hoy desde esa situación de
pobreza y sufrimiento; desde ellos. Cristo nos interpela, nos invita al amor
comprometido. Desde esos pobres, nos llama a la conversión, desenmascara
nuestro cristianismo, cuestiona nuestra manera de vivir la fe y el culto, rompe
nuestros esquemas y nuestra tranquilidad y nos urge al servicio y al compromiso.
Difícilmente nacerá en nosotros un auténtico compromiso si no es escuchando
esta llamada de Cristo desde los mismos pobres.
Las preguntas que hemos de hacemos son graves: si no estoy en comunión
con los pobres los indefensos, los abandonados de esta sociedad, ¿por qué
caminos comulgo con Cristo? Si no miro con amor a los pobres, si no los
defiendo, si no estoy cerca de ellos, ¿a qué Jesucristo miro con amor, a qué
Jesucristo defiendo, a qué Jesucristo sigo? Si, de alguna forma, n vida no es
compromiso a favor de los pobre ¿cómo entiendo y vivo mi compromiso
cristiano?
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